La vuelta al trabajo

sindrome postvacional

Termina el verano y, con él, las vacaciones, la playa, el monte… Y nos reencontramos con lo que supone el 80% de nuestra vida cotidiana: el trabajo, el colegio de los niños, nuestras rutinas habituales con sus ritmos, etc.

No todo el mundo afronta esta vuelta a la normalidad de igual manera. De hecho, se ha acuñado el término síndrome postvacacional, que describe la forma desadaptativa de enfrentarse al fin de las vacaciones. En resumidas cuentas se puede entender como un estado pasajero y liviano en el que se mezclan síntomas de ansiedad y depresión. Es importante recalcar que no se trata de depresión ni de un trastorno de ansiedad, sino tan sólo de formas pasajeras y de menor importancia.

Algunos de los síntomas que pueden aparecer son tristeza, melancolía, irritabilidad, ansiedad, falta de concentración, sensación de falta de energía, apatía, insomnio a la hora de dormir y somnolencia a primeras horas laborales, dolores musculares, etc.

Estos síntomas pueden durar de unos días a una semana o dos, normalmente. Es decir, hasta que le volvemos a coger el pulso a la nueva etapa del año.

Para ayudarnos a comprender la naturaleza de este efecto, es interesante comprender algunas de sus causas: por un lado, hay un gran cambio en los ritmos de sueño y comidas. Por otro, la visión dicotómica que se tiene de las vacaciones y el trabajo. Las vacaciones se asocian a felicidad, alegría, mientras que el trabajo se relaciona con hastío, desmotivación, cansancio, monotonía, estrés…

En la mayoría de los casos, esta transición es totalmente normal y  sólo cuando los síntomas persisten debemos plantearnos acudir a un psicólogo.

No obstante podemos mitigar el desajuste si seguimos algunas sencillas reglas:

  • Fraccionar las vacaciones: de esta manera no tenemos tan lejano el recuerdo de nuestra vida cotidiana y resulta más fácil volver a la rutina. Además, así disfrutamos de periodos de descanso más distribuidos y los podemos disfrutar mejor.
  • No regresar a nuestro domicilio habitual justo el día antes, sino darse unos días para tomar conciencia del nuevo escenario.
  • Si podemos empezar a trabajar a mitad de semana, en vez de un lunes, tendremos un breve tiempo de readaptación, seguido del fin de semana, con lo que se hace más llevadero.
  • En la medida de lo posible, ir cogiendo ritmo poco a poco, sin intentar abarcar todas las tareas y en los mismo plazos que antes. Al cabo de pocos días alcanzaremos el 100% de nuestro rendimiento.
  • Realizar actividades gratificantes a lo largo de todo el año, no sólo en vacaciones.
  • Desarrollar una visión positiva del trabajo y de nuestra vida cotidiana. El trabajo, nos guste más o menos, no es sólo una tremenda fortuna hoy en día, sino que es una excelente oportunidad para crecer como personas, además de un espacio donde relacionarnos con nuestros compañeros.

 Cuando se habla del final de las vacaciones y la vuelta al trabajo y a la rutina, normalmente se piensa de manera negativa y lo relacionamos con los síntomas descritos como síndrome postvacacional. Sin embargo, esa rutina compone el 80% de lo que es nuestra vida y hemos de disfrutarla plenamente. Por supuesto, simpre desearemos que lleguen las vacaciones, pero no por eso debemos de dejar de ser felices con lo cotidiano.

Es en este tiempo mayoritario donde podemos desarrollarnos profesionalmente y como personas:

  • El trabajo bien hecho supone una tremenda fuente de satisfacción, que irradia al resto de facetas de la persona.
  • La rutina nos ayuda a estructurar el tiempo y a sacarle más provecho.
  • Las relaciones personales con compañeros de trabajo y amigos.
  • El colegio y el trabajo nos proporcionan espacios en los que ocuparnos de nosotros mismos. Estos espacios son necesarios y sanos y no hay motivo alguno para no desearlos. El sentimiento de culta está fuera de lugar, porque no por disfrutar de esos tiempos dejamos de desear estar con nuestra familia.

En definitiva, nuestra vida es fantástica; tenemos muchísimas fuentes de alegría. Tan sólo tenemos que eliminar ese velo negativo, prestar atención a lo que nos rodea y disfrutarlo. Esta actitud positiva hacia la vida se puede desarrollar poco a poco con método y decisión, pero un primer paso puede consistir en reflexionar sobre cómo es nuestra vida y hacer una lista de las cosas que nos gustan.

 Este sencillo ejercicio constituye por sí sólo el comienzo de un camino que, paradójicamente, nos conduce a reencontrarnos con nuestra vida, con sus cosas buenas y sus cosas menos buenas, las obligaciones, las fuentes de satisfacción, las personas que nos rodean… con nosotros mismos.

Y a disfrutar plenamente de todo ello.

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